jueves, 19 de noviembre de 2009

Las muertes chiquitas… y la vida

¿Cómo? ¿Este es un proyecto que se atreve a poner en la mesa de discusión los temas del placer y la violencia al mismo tiempo?

¿Qué? ¿Mireia Sallarès abre un espacio cálido y lleno de confianza en el que las mujeres comparten sus historias de vida a través de entrevistas y fotografías?

¡Me encanta!

¿A poco? ¿Aparte de presentarnos su propuesta, la artista nos permite ver las entrañas de su proceso de reflexión como si quisiera que sacáramos nuestras propias conclusiones?

¿De veras? ¿En esta pieza la forma no sólo es tan importante como el contenido, sino que es parte de su contenido?

¡Me intriga!

Las Muertes Chiquitas contrapone las dos fuerzas más poderosas: la de la vida y la de la muerte. Ni más ni menos. Pero también es una obra llena de matices en la que conviven el placer, la inteligencia, el humor, la fuerza, el miedo y el dolor.

Las Muertes Chiquitas es como un rompecabezas integrado por muchas partes. Si bien éstas funcionan de manera independiente, para apreciar la totalidad de la obra hay que hilvanar las pistas que la artista ha sembrado a lo largo del camino. Para hacerlo, usted, a partir de este momento, debe dejar de ser un/a espectador/a pasivo/a para convertirse, como la artista, en detective de la vida.

Las Muertes Chiquitas es una obra golosa, gozosa e intensa que exige que le prestemos atención y con tal de obtenerla es capaz de hablarnos en muchas lenguas y lenguajes. Es una obra cuya estrategia es repetirse de mil maneras……hasta que se entienda, hasta que sea necesario, hasta el cansancio mismo si es necesario. Hasta venirnos o hasta morirnos. ¿Por qué? Porque lo que nos está diciendo es importante y sigue silenciado.

Las Muertes Chiquitas un día se nos presenta como una intervención en un cine abandonado. Penetra los rincones del olvido. Construye sobre los escombros de un sistema de representación que nos ha llenado la cabeza de imágenes de mujeres abnegadas o divas malvadas expertas en dar complacer a todos menos a ellas mismas. En este espacio, Sallarès coloca las fotografías que les tomó a las mujeres que entrevistó, con su variedad de edades, clases sociales, etnias, preferencias sexuales, experiencias y visiones del mundo. Las retrata en sus territorios, a lo largo y ancho del país. Las sigue. Las acompaña. Es como un “road trip” cuyo personaje principal es un gran anuncio de neón color de rosa con el nombre del proyecto que se planta insolentemente junto a las doñas en espacios públicos o privados, en monumentos o playas, en un bloque de viviendas cuya construcción es logro de una de ellas o en el sitio en el que otra recuerda a ocho mujeres que fueron asesinadas. Es el fantasma del placer que recorre la realidad, aún en sus momentos más dramáticos.

Las Muertes Chiquitas también es un documental. Sallàres devela los recuerdos de estas mujeres, extrae sus ideas y abraza sus anhelos. Las graba… Nos graba. A lo largo de sus entrevistas, de todas sus voces, nos damos cuenta que es imposible hablar de “la mujer”, en singular, porque no hay molde suficientemente grande para contener tanta diversidad.

Las Muertes Chiquitas también aparece como una publicación inusual. Compleja. Legible. No se trata de un libro lineal, con su introducción, desarrollo y conclusión. Es más como el retrato de un proceso mental, integrado por fragmentos, colores y texturas. Hay frases sueltas que nos atrapan y ensayos complejos que nos guían por los recovecos teóricos que arropan al proyecto desde el pensamiento feminista actual y desde la teoría del arte. Se entretejen rítmicamente. En este texto hay cabida para las certezas y las dudas, para imágenes y los textos. Este libro de artista es un pequeño y subversivo emisario en tres idiomas (inglés, español y catalán) dispuesto a seguir dando la batalla aún después de que el proyecto concluya oficialmente.

Las Muertes Chiquitas invita a las mujeres a compartir sus historias, pero tiene el valor de hacer lo mismo. Incluso podría decirse que el proyecto hace un strip-tease ante el público, al presentársenos también como una instalación/biblioteca, una mesa de trabajo que reúne los materiales teóricos que lo nutrieron y las notas que la artista fue escribiendo en el proceso. Nos incita a reflexionar. Nos obliga a ver que, como decía Da Vinci, el arte es una cosa mental. Nos permite entender que una obra puede abordar muchos y muy variados temas pero que, sin excepción alguna, también es una reflexión sobre el arte en sí mismo.

Las Muertes Chiquitas concluirá, si es que este tipo de proyectos de esencia reverberante pueden realmente terminar, con la presentación del libro y un ciclo de mesas redondas que reunirán a algunas de sus protagonistas. No se trata de un evento paralelo a una exposición, sino de parte integral de éste. Es el espacio de reunión y diálogo. Es el momento en el que a usted, al público, se le abren las puertas para que participe en esta conversación.

Las Muertes Chiquitas es, a fin de cuentas, más que la suma de todas sus partes. Es el arte como proceso, como generación de conocimiento y como interacción. Es una obra tan fragmentada o tan conectada, tan compleja o tan conectada…. como la vida misma.


Mónica Mayer

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